A unos cuantos días de celebrar la Navidad, un mensaje de los ángeles ha llegado a Amazon con la forma de un libro del escritor peruano Rafaél Martínez Chávez, donde el autor recoge valiosas experiencias acumuladas a lo largo de su vida y que combina magnificamente con su creencia de que los ángeles están en la Tierra y nosotros podemos ser unos de ellos si logramos ganar nuestras alas. Es un mensaje de esperanza para la redención humana que rescata la verdadera esencia y valores morales y éticos del ser Humano.
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El
mundo es un lugar complicado. Vivir en él realmente cuesta sacrificar lo que
muchas veces consideramos moralmente válido pues posee valores muy importantes
para la vida en el mundo: el placer, la comodidad, el dinero, el poder y el
hedonismo, por mencionar algunos.
Vemos
a diario grandes desgracias macroeconómicas –por ejemplo–producto no de una
pérdida de valores, sino de la substitución de los mismos en circunstancias
puntuales; esa debilidad viene degradando a esta sociedad llena de “valores light”.
Consideraciones
de todo tipo se vienen dando a aquellos que poseen cierta significancia
relacionada a estos valores del mundo y otros que el mundo ofrece, que al
parecer han seducido a las grandes mayorías. Si uno no ostenta alguno de estos
valores del mundo de hoy, debe ganarse la vida muchas veces de la manera más
dura. Simplemente “no encaja”.
Si
bien son tiempos muy difíciles, los valores que al parecer pueden regir el
destino de muchos, siempre han existido y nos han etiquetado de diversas maneras.
Cosas como la ética, la voluntad, el valor, la perseverancia, la inteligencia,
la erudición, el profesionalismo y otros similares que han enrumbado a la
civilización desde hace siglos, parecen no ser más útiles si es que no se
alinean con los anteriormente mencionados. Inclusive hacen que la verdad
conocida sea desvalorizada por no ser consecuente con los objetivos del mundo.
En
cuanto a lo que conocemos como verdad, es necesario ponernos de acuerdo e
intentar dar una definición temporal pero útil, pues es algo tan etéreo en sus
precisiones que hasta el momento no se puede determinar en forma substancial.
Las raíces de las ciencias y del conocimiento humano se han erigido sobre una
base hecha con conceptos “evidentes” que no pueden ni necesitan ser sustentados.
Simplemente se aceptan y punto.
Para
ser un poco más explícito y a manera de ejemplo, las ideas de número, de
materia y energía se mezclan con nuestras actividades diarias y les damos buen
uso. Sin embargo aún no sabemos con exactitud qué es el fuego o qué es la
electricidad. La geometría se originó en los conceptos de punto, recta y plano.
Tenemos las ideas bien firmes y con ellas se desarrolla toda una ciencia
sustentable en base a esos conceptos Pero no tienen definición.
Ya
que tocamos el asunto de la geometría, imaginemos una figura tridimensional muy
común: un cubo. Posee doce aristas iguales y si se arman formando ángulos
rectos con tres aristas distintas, no han posibilidad alguna de armar otra cosa
sin dejar aristas sueltas. No sobran ni faltan piezas. El criterio usado para
armarlo es que las aristas formen ángulos rectos en tres direcciones y debemos
tener doce aristas iguales. Es suficiente.
Ya
que tenemos bien determinado lo que es ángulo recto y arista, no será muy
difícil construir alguno en poco tiempo, si es que no tenemos problemas de
precisión. Así, el sencillo cubo empieza a poner exigencias para ser definido y
construido como se debe. Dimensiones exactas, ángulos exactos, cantidades
exactas…
¿Qué
ocurriría si conseguimos a algún carpintero, le damos las instrucciones, los
materiales y el gráfico correcto? Si aquél no maneja nuestra lengua
difícilmente hará el cubo en forma igual a lo requerido. Por esa diferencia
cultural fallará probablemente, porque si entiende los números es posible que
lo haga en pulgadas y no en centímetros, por decir algo.
Si
ya no fuera un carpintero sino un distraído estudiante de secundaria y fuese la
primera vez que se encuentra con este sólido, podría ser que no entienda los
planos y arme una figura plana en vez del cubo. Quizás sí entienda que se trata
de volumen, pero sus incipientes conocimientos de geometría lo pueden
traicionar, no llegando a darle los ángulos correctos. Si hablamos de
caprichos, quizás termine armando un tetraedro, sabiendo que le van a sobrar
aristas. Y si no le interesa, quizás termine por armar cualquier otra cosa o
dejarlo como lo encontró.
Sigamos
con nuestra analogía geométrica. Supongamos que la verdad pueda ser un cuerpo
formado por una infinidad de aristas y cuyos planos se hayan perdido en tiempos
inmemoriales. Estoy seguro que las matemáticas, la física, la historia y otras
disciplinas nos van a ser muy útiles para darnos una buena idea de lo que fue y
lo que existe. También nos ofrecen pronósticos del futuro. Pero tanto las teorías
del pasado como la realidad que nos rodea también serían pronósticos,
probabilidades. Nada que se pueda llamar hipótesis o teoría puede ser
considerado como algo cien por ciento verdadero. Sabemos que nada de lo que el
hombre ha creado es perfecto, entonces sus conjeturas pueden ser plausibles,
pero no necesariamente se ajustarían a la verdad.
La
prueba viviente es que al pasar los años vemos como lo último de la ciencia de
hoy termina siendo reemplazado por lo último de la ciencia de hoy. No es un juego
de palabras. La palabra hoy se refiere a muchas épocas que pasan y que
trascienden a nuestras vidas. Aún recuerdo los libros de métodos numéricos
cuyos autores discrepaban en cuanto a sus criterios para aplicarlos. Las
tecnologías de punta también adolecen del mismo problema. Prueba y error
aplicados innumerables veces, a la luz de lo que consideramos “conveniente”,
“adecuado” o “económico”. Ese es nuestro mundo de hoy.
Lo
mismo estaría ocurriendo con el origen de nuestra cultura. Se erige sobre una bruma
de conjeturas aceptadas y actualizadas continuamente. Eso no le quita el
carácter de incierto, pero hemos logrado crear un mundo tangible –algunas veces
no tanto– aprovechando lo que consideramos “real”. De otro lado, las diversas
disciplinas que han ido apareciendo continuarían expandiéndose por todas
direcciones, desde bases no tan sólidas hacia despertares algo difusos que
irrumpen por todas partes.
Llego
a concluir que vivimos en un limbo.
Rodeados por la imprecisión de nuestros conocimientos y por los límites del
universo de nuestra percepción visual y sensorial, hemos logrado adaptarnos a
lo aprovechable. Estaríamos condicionados a vivir según nuestros instintos y
pensamientos, en pocas palabras a nuestra naturaleza animal, humana y
espiritual.
Después
de todo esto ¿aún crees que alguno pueda definir y abarcar algo tan grande,
preciso y único como la verdad? Si consideramos un rigor científico
escandalosamente permeable a la lógica, posiblemente nunca existimos. Nuestro
amigo Descartes decía “pienso, luego existo”. Pero ¿hablaba de la existencia de
la consciencia o de una existencia física? En este limbo en donde vivimos la
existencia que desaparece al momento de morir, nunca sabremos si existimos en
una pecera virtual n-dimensional para despertar en una consciencia inmaterial
permanente. Entonces, ¿hemos salido a la vida con la ropa puesta al revés? Lo
material y pasajero hacia afuera, mientras que la consciencia eterna estaría
por dentro. ¿O pensarás que cosas como alma o inmortalidad son solamente
definiciones, mas no son reales?
Algo
fastidiados por todo este asunto de lo real y lo irreal, retomemos a nuestra
ingenua intención por definir la verdad con analogías. Con las complicaciones
del caso me limitaría a repetir que es algo como una figura de muchas aristas
cuyos planos e instrucciones se encuentran perdidos y que quizás ninguna
persona o sociedad sea capaz de conocer el procedimiento adecuado para armarlo
correctamente.
O
no llegamos a conseguir todas las aristas de la verdad, o los ángulos no
encajan correctamente, o no nos interesa esforzarnos en armarlo correctamente.
Lo malo es que no reconocemos a nadie que nos pueda decir en forma imparcial si
lo que consideramos ‘la verdad’ –ese poliedro caprichoso– estaría haciéndose en
forma correcta y completa. Lo peor ocurre cuando muchas personas han adquirido
una buena parte de las aristas –nadie es dueño de la verdad– y estarían
fabricando poliedros menores, e incompletos por cierto, en apariencia válidos.
Las verdades de este tipo se la pasan chocando universalmente, como son las
creencia religiosas y su antítesis, el ateísmo. Aunque valgan verdades, la
indiferencia es la peor muestra de creencia espiritual, porque se acomoda a lo
“conveniente”.
Sabiendo
a lo que nos enfrentamos, considero que las aristas de la verdad son
innumerables; aun teniendo los planos no nos encontramos en capacidad de
armarlo correctamente porque nuestra instrucción de valores del mundo de
siempre nos impiden ser imparciales y nos empujan a creer lo que esté en la
medida de nuestras ambiciones, en forma consciente o no. Aparte que el trabajo
es imposible por su enorme magnitud.
Criterios
como “el hombre es la medida de todas las cosas” y “todo es según el color del
cristal con que se mira”, nunca serían adecuados para medir algo tan absoluto
como la verdad. Es como querer buscar algo absoluto y universalmente válido,
encontrando que únicamente la velocidad de la luz nos serviría de patrón.
¿Podría servir de referencia para ‘armar’ –comprender– algo tan distinto como
“la verdad”? Curiosamente luz y verdad vienen siendo sinónimos en muchas
culturas.