Escribe: Saskia Juno
Sólo viendo noticias por televisión en Perú, -mi país de origen- me encontré cara a cara con un horripilante panorama que se pinta cada vez más oscuro con la sangre de las mujeres que son víctimas de la brocha criminal de la violencia doméstica. A mi criterio, la más terrible de todas por ser intimidante, de indefinida duración y que se mantiene protegida por el silencio de sus propias víctimas y de la propia sociedad. Entre los macabros creadores de estos cuadros de terror que muestran evidentes disturbios mentales, encontramos rostros conocidos tan conocidos y supuestamente, amados, que hasta se comparte la propia cama.
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La única razón que yo pudiera encontrar a esta “sinrazón” es el
miedo. Paradójicamente, miedo a ser lastimada o a enojar aún más al abusivo si
se le hace frente poniendo en peligro al resto de la familia. Pero también, es
un miedo a situaciones escandalosas más que a la propia seguridad y al amor
propio, como a veces solemos sentir las mujeres, y del cual nos sentimos
culpables si las provocamos, cuando en realidad somos presas de una autoestima destruida
por el abuso prepotente de un verdugo injustificado, de un sistema de justicia
aletargado que falla en proteger a sus mujeres por su burocracia inútil y apática
por resolver con severidad, de forma ejemplar y rápida casos criminales en
contra de la mujer.
¿Y quiénes son los desquiciados creadores de ese “arte” macabro de
pintar el horror en un rostro femenino desfigurándolo o trazando las líneas
pronunciadas de una muerte repentina y la que podría haberse evitado? Aquellos,
que supuestamente deberían de ofrecer seguridad, protección y proveer amor sin
golpes ni insultos y mucho menos, quitar la vida de quienes son sus seres
amados. Las mujeres no deben ser objeto del antojo descontrolado de una ira
demencial de un esposo, de un amante o
de un novio, tampoco de un familiar iracundo que pretendan controlar, manipular
y tratar de ejercer una “dictadura doméstica” en el propio hogar con golpes,
vejaciones y otros maltratos.
La violencia no depende de cuan desarrollado sea un país, aunque no
cabe duda que mientras más pobre sea, sus habitantes estarán inmersos en una
desesperada situación y en contacto
directo con la ignorancia, la desigualdad en la justicia, salud y hambre
insatisfecho. En estos países, las mujeres tienen acceso a una educación sin privilegios,
tradicional y conservadora muchas veces de la mano de las religiones que tergiversan
las ideas liberales que podrían contribuir a ilustrar mejor sus mentes dotándolas
de renovados conceptos de igualdad de géneros y levantando su autoestima de
forma responsable. Una educación igualitaria a muy temprana edad, sin hacer
diferencias entre géneros al momento de proveer conocimientos, formaría el espíritu
del nuevo ser del futuro más solidario, sin discriminaciones ni haciendo hincapié
en el sexo de la persona a la hora de ejercer roles sociales.
Cambiar paradigmas sociales que socavan los derechos de integridad
de las mujeres, que además de ser anticuadas, son de contenido machista, sería el
primer paso a dar en una sociedad que necesita curarse asimismo y reinventarse.
Mantener viejas estructuras en la educación, seguirá creando mentes cerradas, lo cual significa, un
peligro constante para las mujeres al ser incapaces de reconocer y rechazar
todo lo que signifique convertirlas en víctimas de violencia porque se mantiene
erróneo el significado de lo que es una convivencia “pacífica” en el hogar.
Lo más saludable en una sociedad es que tanto mujeres como hombres
tengan el derecho de elegir libremente y sin que nadie les diga que es mejor
para ellos y que es lo que deben hacer. Los sometimientos de la época de la
conquista española ya quedaron en el pasado, pero su brutalidad –en algunos
casos- parece haberse quedado en los hogares. Ya es hora de tomar conciencia de
ello y hacer algo para lograr una verdadera “independencia” doméstica en cada
uno de los hogares donde ahora se respira violencia, inseguridad y temor por la
propia vida y la de los hijos porque el abusador encuentra su fortaleza en los
débiles. Es hora que las víctimas se den cuenta de ello y pierdan el miedo.
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